La inocencia entre la virtud y el vicio.
Parte I.
La única virtud que hoy puede ser profesada sin hipocresía es la virtud de ser virtuoso en silencio, con acciones y en el anonimato. Únicamente cuando las gentes se enteren de nuestras virtudes por otros medios que los que uno mismo tiene a su disposición es que realmente merecemos las virtudes que creemos tener.
La auto publicidad y el auto reconocimiento terapéutico que ha traído la internet y la cultura del selfie ha generado no solo un narcisismo convaleciente sino una dependencia pegajosa a la propiedad personal y a lo intereses individuales miopicos y llorones condicionados como “experimentos sociales” que nos dan gran chance para crear contenido y monetizarlo. Es así como hasta ser egoístas de manera educada con nuestra ñoñosa individualidad se ha convertido en una falsa virtud codiciada.
Desde el momento que uno afirma y vocifera que quiere hacer el bien y que lo más importante es ayudar a los más desfavorecidos. Desde el momento en que uno hace pública (visible) sus virtudes con palabras y nos identificamos como personas virtuosas y como agrimensores del bien (esto lo hacen sobre todo, aunque no exclusivamente, personas con orientaciones políticas de izquierda) la virtud desaparece ya sea por declararse una mercancía en venta y/o un acto de PR al servicio de hacer visible nuestros egos.
El ayudar a otros de manera incondicional difiere del ayudar a otros bajo ciertas condiciones o intereses individuales. Ambos son y pueden ser actos virtuosos. Crear servicios y empleos para otros es un acto virtuoso incluso cuando el mismo este medido estrictamente por el rasero individual de hacer ganancias.
El ayudar a alguien de manera incondicional, sin embargo, tiene la tendencia creciente de sutilmente corromperse como interés individual que busca ganancias personales. Y no es que el interés individual sea en si corrupto. Nada más lejos de ello. Es más bien que el interés incondicional se corrompe cuando se anuncia como tal pero sigue siendo interés condicionado.
Uno puede hablar de virtud y filosofar acerca de ella como yo lo hago aquí ahora, pero ser virtuoso no entra ni puede entrar dentro del ámbito del discurso ni de la acción declarada en palabras por los cuales podemos recibir méritos o aprobación. La virtud es lo que se hace no lo que se reflexiona. Lo que se hace debe hacerse en silencio y bajo la suspensión del ego en anonimato. El acto de ayuda incondicional es de hecho apolítico y desinteresado de ningún activismo.
Todo acto que se declare o anuncien virtuoso con la intención de ayudar al prójimo cesa de ser virtuoso en ese mismo instante en que se expresa y se convierte en virtuosismo oratorio sin sustancia. Desde ese momento uno no es virtuoso sino predicador de la virtud y ser más predicador de la virtud que virtuoso contiene el origen del deterioro de la virtud precisamente a manos del mero ejercicio político del buen hablar.
Es así precisamente cómo lo virtuoso se confabula con lo deshonesto y la falsedad del carácter de una manera tan enrevesada que la deshonestidad y falsedad pasan por virtudes por medio de un trabajo de PR tan perfecto y efectivo en defensa de lo virtuoso que las dos malvadas hijas del Rey Lear se quedan corto en habilidades oratorias y persuasivas.
Se puede lograr aparecer como un embajador de lo virtuoso, la bondad y la honestidad y haberlo demostrado no solo con palabras sino con hechos y aun así estar corrompido por los vicios de la deshonestidad y falsedad. Si hay una cosa de la cual ya no deberíamos asombrarnos es del carácter crecientemente oximoronico y bipolar del comportamiento humano, incluso en muchos de aquellos que consideramos con un carácter y valores sólido y consistente.
Hay personas honestas, educadas y de buen corazón que disfrutan secretamente haciendo sufrir a otras personas, pero solo a condición de que ellos lo hagan tan indirectamente que no parece en lo absoluto que ellos son las fuentes de ese sufrimiento y que por el contrario son sus mitigadores.
Estas personas dominan, casi a la perfección, el arte de ofrecer el oxígeno necesario para animar a los demás o, lo que es peor, animar a los afectados a encender el fuego que les haría arder en su propia miseria sin que nadie se percate y todo parezca que se originó en los afectados.
Como nunca antes causar miseria en los demás ha sido tan celebrado como un acto forzado a aparecer como la libre elección de los demás de autoinfligirse miseria a sí mismos. Mientras tanto, alguien, alegremente y de forma encubierta, ha creado las condiciones para que algunas personas se autoinflijan miseria. Esto, sin embargo, no es un problema a politizar. Politizarlo como lo han hecho los progresistas es simplemente promover tiranía y dictadura.
Este tipo de psicopatía extremadamente encubierta se aprovecha del principio de la libertad individual y del derecho a la autodeterminación personal el cual afirma:
“Cualquier daño que te causes a ti mismo es obra tuya y exclusiva responsabilidad tuya”.
El paraíso moral ideal para este tipo de psicopatía no es sólo ocultar sus actos indirectos, sino forzar cualquier situación de manera convincente y “racional” a aparecer realmente como cargada de bondad y buena voluntad de hacer lo que es correcto.
Parte II.
Hay un tipo de personas buenas y decentes que son miradas como paladines de la bondad. Sin embargo, ellos al mismo tiempo han elegido vivir al margen de esos valores morales que lo definen, pero sólo de manera encubierta, ya que para ellos es muy importante mantenerse como personas buenas y decentes.
Tanto es así, que cuando las cosas alcanzan un cierto nivel de tensión moral con otras personas, poniendo en dudas la integridad moral de estas personas, este mago en el arte de ser un exquisito bonachón y encantador se las agencia magistralmente para hacer un trabajo de PR que en efecto convierte toda tensión moral tóxica creada en contra de su carácter en un chiste jocoso que estimula a todos a reír.
Aquí no estamos hablando todavía de antecedentes penales, ni siquiera de personas consideradas públicamente o por sus colegas y amigos como no gratas. Por el contrario, estamos hablando de una persona que sigue disfrutando plenamente de los valores de sus muy codiciados méritos profesionales para tener una descarada póliza de seguro virtual para su discreta y encubierta ambivalencia moral.
Ya no tenemos a los Brandos, a los James Deans, a los Mickey Rourkes, a los Downey Jrs. interpretando en la vida real papeles de jóvenes rebeldes a la vez que ofrecen en la pantalla personajes increíblemente osados y marginales.
Ahora tenemos “autores” asépticos en la vida real y expertos en el “método de actuación” (method acting) en la pantalla. “Auteurs” son ambas cosas, los que imitan con pericia actos simulados en la pantalla y los que crean actos y modelos de comportamiento que pueden emularse en una realidad completamente comisionada y satinada por la corrección política. Podríamos llamar a este proceso desmarlonbrandización del cine y de la realidad.
No se trata tanto de que el cine se haya fusionado con la realidad, sino más bien de que ambos han iniciado una tregua temporal de paz en la que se engañan mutuamente de forma consciente, estética y astuta.
El cine engaña con su “método de actuación” ultrapulido, en el que actuar ya no es actuar, sino “vivir” la experiencia de actuar de principio a fin.
Mientras tanto, la realidad, el cine, los actores y actrices, nos engañan con una sensación de riesgo y crudeza encapsulados, tanto en la realidad como en el celuloide, que no tiene nada de riesgo ni de crudeza.
Ya nos hemos hartado de Hollywood, Silicon Valley se ha convertido en el nuevo horizonte. Ya no tenemos a los hackers frikis ni a los educadores de tipo Wozniaks parias repartiendo magias informáticas desde garajes imposibles de rastrear.
Aquellos eran los nerd, los Max Cohen de Aronofsky, muy valorados por el sistema, pero completamente fuera de sincronía con el sistema. Eran los tiempos en que Alan Cooper escribió: “Los reclusos dirigen el manicomio…” temiendo que un puñado de nerds lunáticos superinteligentes se hicieran del control del mundo corporativo y de las altas finanzas de Estados Unidos.
Pero no teman. Aquí solo le estamos dando la bienvenida a la Nerderland de la usura. Los nerds informáticos han encontrado su yin para su yan dentro de su yin o su yan incluso cuando todo son meras prebendas corporativas de Silicon Valley y bombo y platillo psicológico del nirvana que casi nunca toca los dedos de las uñas de ninguna experiencia divina o sufrimiento humano incluso cuando parece entregar bondad y subidones espirituales en cantidades copiosas.
Pregúntale a James Damore, antiguo virtuoso de la moral e ingeniero de Google, cómo salió de la cámara de eco ideológica de Google y si alguna vez disfrutó de las prebendas de La Playa en Black Rock City.
No se trata del capitalismo compasivo del tipo Amway de la familia DeVos ni del fracaso tecnológico psicopático de Elizabeth Holmes, que se presentó a sí misma como la nueva Steve Jobs. No se trata de Patrick Bateman en American Psycho, ni de Louis Bloom en Nightcrawler, ni de Anton Chigurh en No Country for Old Men.
Se trata de personas que son genuinamente amables y honestas, pero que lo son de forma espontánea, mientras que en el fondo están moralmente limitadas por la naturaleza de sus profesiones y se preocupan sobre todo y a veces exclusivamente por sus habilidades, sus méritos y sólo de cómo ser útiles a sí mismas y a la sociedad obedeciendo principalmente a su propio interés personal estrecho.
Lamentablemente, a menudo este relajamiento moral va más allá. Para ellos, es como un subidón de adrenalina sin el que no pueden vivir. Se entregan a esa moralidad conflictiva a condición de no violar un determinado código de conducta personal o, para decirlo sin rodeos, se arriesgan a violar sus códigos morales de conducta bajo la certeza de estar extremadamente protegidos por sus altas utilidades marginales como profesionales.
Este fue el ataque furioso que el movimiento #meToo inició e incitó para deshacerse de los “intocables” en todas las esferas de lo que aún llaman como la hegemonía del patriarcado. El movimiento #meToo fue una reacción tóxica y tiránica a este fenómeno.
Este tipo de personas, de buen carácter moral y por lo general muy inteligente técnicamente, suelen ser realmente expertos en una cosa y sólo en una cosa. Son tan buenos hasta el punto de que incluso cuando son mediocres en muchas otras dan la impresión de ser expertos en muchas otras cosas sólo por el hecho alentador de que son extremadamente inteligentes y expertos en una cosa muy demandada. En ese sentido, las habilidades bien pulidas por sí solas son capaces de crear encanto y carisma dentro del universo que encapsula a los expertos.
En este mundo de expertos existe un concepto muy peculiar. Es lo que la cultura intelectual del postmodernismo nos ha dejado como legado. Me refiero al concepto de habilidades “transferibles” el cual se ha hecho tan omnipresente que ha dado origen en el mundo intelectual y de la cultura en general a muchos aspirantes al ideal de erudición y cultural de un hombre renacentista como Leonardo DaVinci.
Muchas de estas personas, incluso las que son o han sido genios en Wall Street como Jim Simons, Patrick Boyle, Haim Bodek, Paul Wilmott , Emanuel Derman, Michael Osinski y muchos otros quants en High Frequency Trading no son malhechores, sociópatas ni narcisistas. La estrechez moral aquí es de otra índole y es una estrechez moral que ellos mismos son moralmente libres de ejercerla. Esta estrechez moral no les quita el bien moral asociados a ellos sino que simplemente no les da la excelencia moral acorde a la excelencia técnica que poseen en sus profesiones.
Ello significa que la mayoría de ellos son extremadamente buenos haciendo que la mayoría de la gente los vea y juzgue como buenas personas y como paladines de la bondad. Sin embargo, a puertas cerradas, juegan con la ambivalencia de ser extremadamente competitivos, sociópatas y narcisistas sin serlo realmente, sino más bien tomándoselo a broma, incluso al precio de que esa misma broma no sea vista claramente como una broma.
A estas personas les encanta este tipo de ambivalencia moral no porque tengan fuerzas oscuras en su interior, sino simplemente porque les divierte jugar con los límites morales mientras se mantienen totalmente del lado del bien en lo que respecta el ejercicio de sus profesiones. Es como si fuerzas en su interior buscaran restablecer un equilibrio a tanta disciplina y buen carácter sin ningún signo de rebeldía.
Estas personas son competitivas y ambiciosas, pero también bondadosas y de carácter noble. En realidad, son buenas personas y, sin embargo, no les gusta esa etiqueta y, de hecho, no les gusta ninguna etiqueta que les arrincone en la imagen de una persona “buena”.
Repitámoslo una vez más. Estas personas son buenas y agradables, pero con una ligera predisposición al sarcasmo moral. Es el tipo de sarcasmo en el que nunca sabemos si hablan en serio o en broma para las cosas que consideran irrelevantes mientras que para las cosas que consideran relevantes mantienen o recobran su seriedad.
Lo que un nerd considera relevante desde un punto de vista moral está relacionado con brindar un servicio tecnológico a la sociedad que es de gran utilidad marginal. Una vez que este servicio moral es satisfecho como profesión y como profesional todo lo demás moralmente no es irrelevante pero puede usarse como objeto de broma. Lo mismo le pasa a los profesionales de las artes y humanidades pero a la inversa.
Cabe preguntarse cómo pueden estas personas ser buenas y agradables si son muy sarcásticas. ¿No son acaso el sarcasmo, el encanto y la inteligencia los ingredientes clave de un sociópata y de un narcisista?
Bueno, la respuesta precisa aquí es, sí y no, o mejor dicho, depende. Por lo general, no son nada sarcásticos en tanto prestan un valioso servicio a la sociedad y, en particular, a sí mismos. Sus contribuciones altamente valiosa en un campo de competencia, les permite utilizar sus otras facultades secundarias de manera sarcástica. Esto es algo común y natural del comportamiento humano. La idea del hombre universal renacentista sabe lo todo y consciente de todo es simplemente una monstruosidad totalitaria no importa cuán bondadoso y filántropo lo querríamos hacer.
La base del sarcasmo de un profesional sumamente exitoso está en una contribución no contractual o contractualmente no escrita por ofrecer de manera espontánea valor en otros aspectos de su vida de los cuales no se requiere su servicio profesional y por el cual no es pagado. Sin embargo, este contrato no escrito no se realiza mediante un arreglo fácil entre los admiradores y el admirado.
Para poder tener el encanto del sarcasmo mientras tienes una utilidad marginal como profesional, tu sarcasmo no puede ser altamente conflictivo como lo ha sido por ejemplo el caso de Kanye West.
Para que uno siga siendo mirado como una buena persona mientras es moralmente provocador, una buena parte de nuestras valias tiene que estar reservada a ofrecer un servicio que es muy valioso, pero al mismo tiempo mantenernos libre para jugar con la ambivalencia de ser relativamente indiferente e, incluso a veces, jocosamente opuesta a nosotros como un producto de gran valía y como una persona muy”agradable” para los demás.
Este tipo de tendencia moral al comportamiento sociopático no puede confundirse con el comportamiento sociopático real y tampoco debe confundirse con una cualidad humana natural general de nuestro comportamiento que se desencadena cuando somos ambiciosos y competitivos.
Pero, ¿en serio, pudiéramos pensar que se trata fundamentalmente de un problema psicológico? El hecho de que algunas personas sean capaces de alcanzar el pináculo de la excelencia humana y ofrecer a los demás no sólo algo que necesitan profundamente, sino algo que ansían y adoran, no se debe sólo a que pueda darse el caso de que los adoradores sean tontos o ignorantes, sino también a que los que adoran
quieren adorar a la razón y lo racional de la misma manera que adoramos lo irracional y lo que nos hace perder la razón.
Cuando adoramos la razón, la excelencia y los méritos tenemos una inclinación natural a consentir idiotizados cualquier cosa que esté fuera de dicha excelencia y méritos en tanto la excelencia y los méritos nos abruman en beneficios.
La razón y la excelencia nunca son universales de forma rigurosa sino de manera siempre incompleta. Es decir, sólo una universalidad determinada y concreta puede decirse rigurosa. Sin embargo, no puede decirse que cada uno de nosotros en su conjunto sea universalmente riguroso y coherente, pero para cada excelencia de alto nivel que alcanzamos tendemos a tomarla como modelo no sólo de lo mejor de nosotros, sino de lo mejor en si mismo.
Si alguna vez has querido saber cómo las buenas personas se corrompen gravemente incluso sin ser nunca descubiertas y cómo las buenas personas se desvían hacia un tipo de maldad envenenada por los altísimos méritos de sus buenas acciones, no busques en las regiones más oscuras de sus mentes, sino allí donde han estado en la cima más alta de la razón y de su excelencia.